Yo soy Santiago, el apóstol de Hispania

Dedico este artículo a un préstamo literario de Miguel Luis Sancho, Licenciado en Filología Hispánica que alterna su trabajo como profesor de instituto de Lengua Castellana y Literatura con la escritura de novelas infantiles y juveniles.

De su novela “Yo soy Santiago, el apóstol de Hispania” tomo el prólogo del que el propio autor me dijo que “narra una escena totalmente inventada, que recrea la despedida final del Apóstol Santiago”. Marca el comienzo de una travesía en barco desde Palestina hasta Gallaecia para dar sepultura al Apóstol Santiago en la tierra en que sembró la doctrina cristiana. A través de esta bella novela Miguel Luis Sancho hace comprensible y sencillo lo mítico y lo legendario de la Tradición Jacobea. Explicándolo a los jóvenes Miguel Luis Sancho encuentra la manera de hacer fácil lo que parece difícil.

PRÓLOGO

Puerto de Jaffa, año 44 d. C.

-¡Subid el ataúd!- ordenó un marinero desde el barco que se dirigía a Gallaecia, la provincia más alejada del Imperio Romano.

En silencio, el apóstol Juan lo observaba todo desde un extremo del muelle. Vestía una túnica blanca y portaba un rollo de papiro entre las manos. A pesar del peligro que corría, había querido estar presente para despedirse de su hermano.

El agua del Mare Nostrum estaba bastante picada y el Sol parecía una bola de fuego que se apagaba tras el horizonte. Sus rayos enrojecidos teñían las olas de sangre.

Entre varios operarios empujaron la pesada tumba. Era de piedra maciza y las tablas de la pasarela crujieron con estrépito, aunque no llegaron a romperse. Fue un trabajo duro, lento, que a los trabajadores les llevó un buen rato de sudor y de sacrificio. Durante el embarque, Juan permaneció todo el rato de pie, sin apartar nunca la mirada del sepulcro, ensimismado en sus pensamientos.

Hacía tan solo unas semanas que su hermano Santiago había sido asesinado en Jerusalén durante la fiesta de la Pascua. De rodillas, mientras recitaba un salmo, un soldado del rey Herodes le cortó la cabeza propinándole un frío espadazo. Su único delito había sido predicar en nombre de Jesús de Nazaret.

Con su muerte violenta, las persecuciones habían dado comienzo en Palestina, incluso se rumoreaba que Pedro había sido llevado a Roma y que Pablo de Tarso había sido encarcelado por orden del rey. Ningún cristiano se encontraba ya a salvo.

Una niña de soce años sacó a Juan de sus pensamientos. Se acercó hasta él y le tiró suavemente de la túnica. Era una chica morena, con el pelo rizado y de mirada brillante. En el otro extremo del muelle, muy cerca de la pasarela, un hombre de mediana edad la esperaba.

-¿Qué quieres?- preguntó Juan , posando sobre ella sus penetrantes ojos de águila.

-Me llamo Sara y mi padre me envía a recoger la carta del apóstol Santiago.

Juan apretó con fuerza el rollo que portaba en la mano, como si le costase mucho esfuerzo separarse del manuscrito. Eran las últimas palabras de su hermano, las que había escrito desde la cárcel pensando en los jóvenes de Hispania. En ella narraba las principales escenas de su vida, desde que recibió la llamada de Jesús hasta sus últimos días en Jerusalén. Con los ojos enrojecidos, Juan sintió que el corazón se le encogía como un trapo viejo.

-¡Toma!- dijo finalmente estirando la mano-. Mi hermano siempre deseó que sus palabras viajaran lejos, a donde el viento del espíritu las llevara. La muchacha recogió la carta con cuidado y se la guardó rápidamente en una funda de metal que llevaba cruzada en la espalda. Sabía que se trataba de un preciado tesoro y no la quería perder por nada del mundo.

-¿Por qué trasladan el cuerpo del apóstol a Gallaecia?- le preguntó la niña, con cierto descaro.

-El rey y los sumos sacerdotes han prohibido darle sepultura en Palestina. Temen que su tumba se vuelva un lugar de culto entre los cristianos – le explicó Juan entristrecido-. Bajo la protección de sus discípulos de Hispania , lejos de las persecuciones, nadie se atreverá a profanar su sepulcro.

Antes de marcharse, Juan miró a la niña con cariño y la bendijo con la mano como despedida. Desde el barco varios marineros comenzaron a hacerla señas con la mano. El barco estaba a punto de zarpar. Tenía que darse prisa.

-¡Que tengas buen viaje!-. ¡Que las palabras de mi hermano nunca se olviden en la tierra a donde te diriges!.

La tumba de mármol, rodeada de siete candelabros, estaba ya preparada sobre la cubierta para la travesía.

Los marineros se afanaban en los últimos preparativos. Solo faltaba que la muchacha subiera a la nave.

Cuando lo hizo a la carrera, se retiró deprisa la pasarela de madera y el barco, empujado por suaves golpes de viento, comenzó a navegar por el mar rumbo a la lejana Gallaecia.

Autor: Miguel Luis Sancho
Obra: Yo soy Santiago el apóstol de Hispánia.
Ediciones Palabra, S.A. 2009. http://www.edicionespalabra.es
Fragmento: Prólogo (páginas 11-14)

FUENTE: Alberto Solana

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