En estos días en los que comenzamos el adviento y todo nos invita a vivir “la alegría del Evangelio”, con lámparas encendidas y flancos ceñidos, los cristianos alentamos la esperanza en El que vendrá, viene siempre, y hace todo nuevo.
Y de renovación va la cosa. Este tiempo litúrgico quiere impulsar, avivar, alentar la vida de todos nosotros al calor y con el empuje del Espíritu que le da un vuelco a nuestras medianías. Necesitamos el cambio. Es urgente cambiar cosas que no van bien. El adviento nos invita a allanar caminos, levantar valles y rebajar montañas. Se trata de preparar senderos de comunión, veredas de encuentro, espacios donde compartir la vida y experimentar que hay vida allá fuera, más allá del entorno más cómodo y que tan imprescindible me parece para respirar en el día a día.
Últimamente, los expertos en coaching nos invitan a salir constantemente de nuestra zona de confort. Es una propuesta que nos impulsa a superarnos, a creer en nuestras posibilidades, a experimentar metas nuevas, a alcanzar horizontes que anhelamos, a salir de nosotros mismo y dejar atrás nuestras mediocridades. Una buena parábola para reflexionar sobre la necesidad de no acomodarnos, de no tener miedo a lo nuevo, de ser audaces para afrontar nuevos retos. La realidad que vivimos tiene algo de todo esto. Quizás debamos salir de nuestra zona de confort para poder experimentar que hay mucho que compartir, mucho que descubrir, muchos desafíos que afrontar para seguir haciendo de nuestro mundo un lugar más habitable para todos.
Sin miedo al cambio, el desinstalarnos nos ayuda a caminar más ligeros de equipaje. Con las lámparas encendidas y dispuestos a seguir avanzando porque hemos soltado lastre. La alegría de la persona evangelizada está aquí: en el caminar desasidos, con la confianza puesta en el Señor de la Vida que viene a nuestro encuentro en toda ocasión. Y es que nuestra historia es puro adventus. Buen camino.
FUENTE: 21 RS